En el plano más
profundo del mundo natural, encontramos el campo cuántico. Se considera hasta
ahora que el cuanto es la unidad más pequeña de luz, electricidad u otra
energía que pueda existir. En ese nivel no hay materia sólida sino que son
meras vibraciones de energía que han tomado cierto aspecto de solidez.
La física
cuántica demostró que todo lo que vemos está conectado por infinitos, eternos,
ilimitados campos cuánticos, una especie de red invisible en la cual está
entrelazada toda la creación, y los límites de cada objeto son ilusiones que
nos impone nuestra limitada percepción.
Einstein
trabajó en la teoría del campo unificado, sosteniendo la idea de un universo
totalmente relacionado, pero todavía no se ha logrado demostrar con una única
fórmula matemática toda la realidad del cosmos.
David
Bohm, eminente hombre de ciencia en el campo de la física, mantiene su postura
sobre la existencia de un orden implicado presente en todos los seres vivos y
las cosas.
Estos
descubrimientos e investigaciones produjeron un inevitable cambio en la visión
del mundo y en la conciencia, porque permite a la mente captar la verdadera
dimensión de si mismo, no sólo como un cuerpo en el espacio y el tiempo sino
como alguien que forma parte de algo mayor, inteligente y con poder
organizador.
Existen
distintas formas de conectarse con este campo unificado; una de ellas es por
medio del sonido. El sonido de nuestra voz, que representa una vibración, es
capaz de ordenar los desequilibrios energéticos de nuestro cuerpo. El canto por
ejemplo, es una vibración, así como la oración o la repetición de un mantra,
todas ellas, expresiones que tienden a restablecer el equilibrio.
No es
correcto que nos consideremos organismos aislados en el tiempo y en el espacio,
más bien cada uno es como una célula de todo el Universo, con derecho a
participar del perfecto equilibrio cósmico, incluida la salud perfecta, porque
dentro de cada uno de nosotros se encuentra la sabiduría cósmica.
Para la
conciencia del hombre actual, la enfermedad no es una necesidad, sino una
elección. La gran mayoría de las dolencias son creaciones del hombre; por lo
tanto, todo lo que el hombre ha creado puede él mismo destruirlo.
Recién
cuando la humanidad pueda darse cuenta de que somos únicos e irrepetibles y de
la importancia que tiene cada uno de nosotros para continuar con la creación,
el mundo podrá dejar de ser lo que es para convertirse en en lugar digno de
compartir.
La
esperada unión entre ciencia y espiritualidad ya esta aquí.
Durante centurias las religiones y la ciencia ortodoxa tomaron el
control del conocimiento para dividirlo, en una feroz competencia, entre la
religiosidad de la iglesia y el materialismo de la ciencia. Así fue como toda
la dinámica universal se consideró un inmenso mecanismo predecible y en el que
el hombre no tenía incidencia. Todo estaba en manos de Dios, arbitrando una
puja eterna en su creación: entre el bien y el mal, el caos y el orden.
http://www.youtube.com/watch?v=6I-CX0DK-Cg&feature=related
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